Este libro fue creado durante la estancia de dos años del autor en Palma de Mallorca. Se trata de una declaración de amor textual y fotográfica.
Fotos inusuales, un texto sensual y romántico. Algunas de las imágenes son gráficos del artista Bernhard G. Lehmann, que se muestran aquí.
del contenido
Estoy de vuelta en mis días, en este país, en mi ciudad: Palmaria, un pueblo de pescadores con puerto deportivo, que tiene una gran reputación en Europa, lleno de pequeños y grandes yates, yates de ricos y famosos, yates alquilados, belleza prestada, Fortuna conquistada, a veces perdida, todo perdido, si no fuera por la belleza interior y la riqueza como la gente de la calle con su piel morena aterciopelada, la abundante cabellera, los hermosos, grandes y vivos ojos castaños, los pómulos pronunciados, los robustos , pero aún sensuales labios que tocas en tus pensamientos, con los ojos cerrados que puedes besar, muy suavemente, que te alejan, al mar, a la playa blanca, horas que no pasan, momentos llenos de erotismo, el deseo. aguantar, olvidar, solo estar, cuerpo a cuerpo, a la sombra de las palmeras, acompañado del sonido del mar, si no fuera por el rugido repentino de las motos en las calles sin que Palma, sin Palmaria, mi antiguo pueblo de pescadores, podría haber quedado como pueblo.
Un pueblo habría quedado como en el siglo XIV: La peste asola Valencia y Cataluña, el rey Juan I de Aragón y su mujer Doña Violante acaban con su corte en Palma huyendo de la mortífera epidemia, lejos de lo trágico y Muerte despiadada de las masas, pero también alejada de la vida, hacia la presunta soledad, incluso desierto de Mallorca, hasta el Castillo de Bellver, a más de 100 metros de altura, una vez encargado por el rey Jacob II de Mallorca. Sus macizos muros góticos se alzan espléndidamente con una vista sobre Palma, la bahía y el interior, que surgieron de la nada a principios del siglo XIV, y albergan a la pareja, acompañada por algunos de los caballeros y nobles del país.
Primero en voz baja, luego más y más fuerte, concentrándome, escucho la voz profunda del rey que pide la cena, la risa brillante de las doncellas, los músicos cantando baladas que cuentan las cosas malas y devastadoras de casa. Cállate y podrás escuchar a los guardias en su recorrido y la llamada en la puerta: "¿Quién está ahí y cuál es su deseo?" los días de fiesta se puede escuchar el bramido del toro, que se sube especialmente en el patio para mostrar qué es un toro de verdad y qué es un torero. Los días en Bellver me parecen suaves, y en lo alto de la torre Doña Violante mira a lo lejos, a la casa que anhela, a pesar de la belleza de la isla y la extensión interminable del mar, a pesar del sonoro juego del bufón de la corte, a pesar de los sombreros de vivos colores que lleva, adornados con estrellas y una luna creciente, y a pesar de la varita mágica en la mano con la que, fingiendo ser un brujo, atrae la distancia para su ama; pero, ¿es suficiente la imaginación para este tipo de realidad?
english / englisch
I’m back in my own time, in this country, in my town: Palmaria, a fishing village with a marina that enjoys an excellent reputation in Europe. It is home to yachts, large and small, belonging to the beautiful and the wealthy and to rented yachts – borrowed beauty and wealth acquired but sometimes lost, all lost were it not for the inner beauty and the inner wealth of the people on the street with their glistening dark brown hair, their large, beautiful, brown eyes full of life, their prominent cheekbones, their pronounced but sensuous lips that you brush, deep in thought, with closed eyes, that you may kiss tenderly, that lure you away to the sea, the white sand of the beaches, to endless hours, moments full of eroticism, the desire to stop, to forget, simply to be, body against body in the shade of the palm-trees with the rush of the tide in your ears, interrupted by the sudden wailing of motorcycles in the streets without which Palma might well have remained a humble fishing village.
Might well have remained a fourteenth century village: plague was laying waste to Valencia and Catalonia, and King Juan I of Aragon, his queen Doña Violante, and their court landed in Palma to take refuge from the deadly epidemic, far away from the tragic and relentless death of the masses but also far away from life, moving in to the little-known isolation and savagery of Mallorca at Bellver Castle, over 100 metres up in the hills and first commissioned by King James II of Mallorca. Its solid Gothic walls overlook Palma, the bay and the hinterland; it was created out of nothing in the early fourteenth century and now it takes the royal couple, accompanied by a few local knights and nobles, to itself.
Softly at first, then louder, I strain to hear the deep voice of the king summoning the occupants of the castle to meals, the bright laughter of the young women of the castle, the musicians singing ballads recounting the disasters and horrors of the homeland. If you are quiet, you can hear the watchmen on their rounds challenging visitors at the gate – “Who goes there?”; in the evenings, in the corridors, you can see the knights, done with their copious meals, giving their hands to the ladies, making love to the ladies, and on festival days, you can hear the roaring of the bull that was once brought up here to demonstrate in the castle courtyard what a real bull was and was a bullfighter was. Up in Bellver, the days strike me as mild, and high up on the tower, Doña Violante is gazing into the distance, out to her homeland for which she is so nostalgic despite the beauty of the island the endless expanse of the sea, despite the exuberance of the court jester, despite his multi-coloured hats adorned with stars and a crescent moon, and despite the wand in his hand, which he uses when he disguises himself as a witch to conjure up the distant homeland for his lady; but do I have enough imagination for this kind of reality?
español / spanisch
Estoy de vuelta en mis días, en este país, en mi ciudad: Palmaria, un pueblo pesquero con un puerto de yates que goza de gran fama en Europa, con yates grandes y pequeños, de ricos y guapos, yates alquilados, belleza prestada, fortuna lograda, a veces perdida, todo perdido, si no fuera por la belleza interior y la riqueza como la de la gente de la calle, con su piel de un moreno aterciopelado, sus hermosos cabellos, sus bonitos ojos grandes y marrones tan llenos de vida, los pómulos marcados, los labios gruesos, pero sensuales, que uno toca en sus pensamientos, con los ojos cerrados, que uno quizás besa, muy suavemente, que te llevan lejos, al mar, a la playa blanca, horas que no pasan, momentos llenos de erotismo, el deseo de parar, de olvidar, de solo ser, cuerpo con cuerpo, a la sombra de las palmas, acompañado del susurro del mar, si no fuera por los rugidos de las motos en las calles sin los que Palma, Palmaria, la que un día fue un pueblo de pescadores, hubiese quizás seguido siendo un pueblo.
Un pueblo como en el siglo XIV. La peste azota Valencia y Cataluña, el rey Juan I de Aragón y su esposa Doña Violante desembarcan con su corte en Palma huyendo de la epidemia mortal, para alejarse de la trágica y despiadada muerte de las masas, pero también de la vida, en una presentida soledad, una Mallorca salvaje, se trasladan al castillo Bellver, situado a más de cien metros de altura y cuya construcción fue encargada por el rey Jaime II de Mallorca. Sus gruesos muros góticos se alzan majestuosos con vistas sobre Palma, la bahía y el interior; fueron creados de la nada a principios del siglo XIV y dan cobijo a la pareja real junto a algunos de sus caballeros y nobles del lugar.
Primero como un leve susurro. Luego cada vez más alto, concentrándome, oigo la voz grave del rey, que abre el banquete, la risa clara de la doncella, los músicos que cantan baladas acerca de los horrores y desastres de la patria. Si uno se queda quieto escucha a los guardias haciendo su ronda y preguntando en la entrada: «¿Quién va?», ve en los pasillos por la noche, después de la opípara cena, a los señores caballeros tomando las manos de las damas, haciéndoles caricias y en días festivos se oye el bramido del toro que han traído expresamente para mostrar en el patio del castillo lo que son un toro y un torero de verdad. En Bellver los días me parecen apacibles y arriba, en lo alto de la torre, Doña Violante mira a lo lejos, hacia su país, al que echa de menos a pesar de la belleza de la isla y de la inmensidad del mar, a pesar de los animados juegos del bufón, con su gorro de colores con estrellas y una media luna, a pesar de la varita mágica que sostiene en su mano y con la que simula ser una bruja capaz de traer a su señora ese país tan lejano; ¿pero alcanza la fantasía para este tipo de realidad?